miércoles, 6 de octubre de 2010

Resumen de Bola de Sebo

Resumen de  Bola de Sebo, de Guy de Maupassant. Durante muchos días consecutivos pasaron por la ciudad restos del ejército derrotado. Más que tropas regulares, parecían hordas en dispersión. Los soldados llevaban las barbas crecidas y sucias, los uniformes hechos jirones, y llegaban con apariencia de cansancio, sin bandera, sin disciplina.
 Entre los soldados hay hombres de todas las especies: jóvenes dispuestos a acometer o a huir, veteranos aguerridos... Vienen de la guerra. Hay temor en la ciudad. La misma Guardia Nacional ha desaparecido. Francia está derrotada por los alemanes. La zozobra, la incertidumbre, hicieron al fin desear que llegase, de una vez, el invasor.
A la ciudad de Ruán (en el norte de Francia) ya han entrado los prusianos (reino de Alemania). Acercábanse a cada puerta un grupo de alemanes y se alojaban en todas las casas. Después del triunfo, la ocupación. Veíanse obligados los vencidos a mostrarse atentos con los vencedores. Un grupo de burgueses consigue un salvoconducto para marcharse a El Havre, ciudad al oeste de Ruán, a las orillas del canal de la Mancha. Eran ellos: los esposos Loiseau, almacenistas de vino; el señor Carré-Lamedon y su esposa, de la industria de algodón; y el conde y la condesa Hubert de Breville. Iban también en el carro dos monjas y un  hombre y una mujer. El hombre se llamaba Cornudet, un fiero democrático, revolucionario, terror de las gentes respetables. Cornudet esperaba con impaciencia el triunfo de la República. La mujer que iba a su lado era una de las que se llaman galantes, famosas por su abultamiento prematuro, que le valió el sobrenombre de Bola de Sebo, de menos que mediana estatura, mantecosa, con las manos abotagadas y los dedos estrangulados en las falanges (como rosarios de salchichas gordas y enanas), con una piel suave y lustrosa, con un pecho enorme, rebosante, de tal modo complacía su frescura que muchos la deseaban porque les parecía su carne apetitosa. Su rostro era como una manzanita colorada, como un capullo de amapola en el momento de reventar; eran sus ojos negros, magníficos, velados por grandes pestañas, y su boca provocativa, pequeña, húmeda, palpitante de besos, con unos dientecitos apretados, resplandecientes de blancura. Las tres damas comenzaron a murmurar al percatarse de la presencia de Bola de Sebo, de la presencia de aquella prostituta. 
El viaje se alargaba debido al mal tiempo, que les impedía a las bestias avanzar con regularidad. Entonces comenzó el hambre a agitarse en los estómagos de los viajantes.
Nadie llevaba alimento. La verdad es que me siento desmayado, dijo el conde. Pero Bola de Sebo sí llevaba comida, y se dispuso a sacarla. Tomó primero un plato de fina loza; luego, un vasito de plata, y después, una fiambrera donde había dos pollos asados, ya en trozos, y cubiertos de gelatina; aún dejó en la cesta otros manjares y golosinas, todo ello apetitoso y envuelto cuidadosamente: pasteles, queso, frutas, las provisiones dispuestas para un viaje de tres días, con objeto de no comer en las posadas. Cuatro botellas asomaban el cuello entre los paquetes.
El perfume de las viandas comenzó a impacientar y a producir saliva en los viajeros. Rayó en ferocidad el desprecio que a las viajeras inspiraba la moza.  Loiseau se atrevió a hablar.
La señora fue más precavida que nosotros. Hay gentes que no descuidan jamás ningún detalle.
¿Usted gusta? ¿Le apetece algo, caballero? Es penoso pasar todo un día sin comer.
Francamente, acepto; el hambre obliga mucho... En momentos difíciles como el presente, consuela encontrar almas generosas.
Después empezaron a comer las monjitas y también Cornudet, que no se mostró esquivo a las insinuaciones de la moza. Continuó la esposa de Loiseau. Los cuatro restantes se aguantaron las ganas, pero no sería por mucho tiempo. La esposa de Carré-Lamedon se desmaya de hambre, y logra restablecerse con el vino de Bola de Sebo. Sería el conde y su esposa quienes seguirían en comer.  Después, todos se enfrascarían en una amena conversación.
Cuenta Bola de Sebo por qué decidió alejarse de Ruán. Narra la forma en que intentó estrangular a un prusiano. Se declara ser Bonapartista (seguidora de Bonaparte) Siendo Cornudet de opinión diferente, ofende con sus palabras a Bola de Sebo. Discuten. Interviene el conde. La condesa y la esposa del industrial odian a la República, por lo que involuntariamente se sienten atraídas hacia la prostituta.
Finalmente llegaron a Totes. La diligencia se detuvo frente a la posada del comercio. Al abrir la portezuela se encontraron con un alemán. Un oficial prusiano les pide que se bajen, y revisa el salvoconducto. Luego entran a la posada. Más tarde el posadero pregunta por la señorita Rousset (Bola de Sebo) El oficial prusiano desea hablar con ella. Pero Rousset se niega. Logran convencerla de que vaya. Así lo hace, pero a los cinco minutos está de regreso y muy irritada. ¡Miserable!, exclama; y a nadie le explica lo ocurrido.
Después de cenar, se marchan todos a sus habitaciones. Loiseau observa por un agujero que Cornudet intenta aprovecharse de Rousset, pero ella se niega.
Por la mañana, al no encontrar al mayoral, el que conduce la diligencia, parten a buscarlo. Lo  encuentran  charlando  con  los prusianos. Y es que los vencidos y los vencedores conviven en armonía en aquel lugar. Es el mayoral quien les dice que el oficial prusiano le ha impedido preparar la diligencia. Los tres burgueses hablan con el oficial, y éste simplemente les responde que no continuarán el viaje.
Mientras juegan a las cartas, el oficial manda a preguntar si ya se decidió la señorita Isabel Rousset. Ella responde: Contéstele a ese canalla, sucio y repugnante, que nunca me decidiré a eso. ¡Nunca, nuca, nunca! Ella confiesa que las intenciones del oficial son estar con ella. Todos se indignan por la actitud canalla del oficial. Pero al amanecer el nuevo día, comenzaron algunos a indignarse por la negativa de Bola de Sebo; pues sabían que de ella dependía que se reiniciara el viaje. Y llegó un nuevo día. Bajaron por la mañana con los rostros fatigados; mostráronse irascibles; y las damas apenas dirigieron la palabra a Bola de Sebo. La señora Loiseau dice: No podemos envejecer aquí. ¿No es el oficio de la moza complacer a todos los hombres? ¿Cómo se permite rechazar a uno? ¡Sí la conoceremos! ¡En Ruán lo arrebaña todo; hasta los cocheros tienen que ver con ella!... Y hoy, que podría sacarnos de un apuro sin la menor violencia, ¡hoy hace dengues la muy zorra!
Reunidos, deciden intentar convencer a Bola de Sebo para que ceda a las pretensiones del oficial. Al día siguiente, el conde le dice: ¿Prefiere vernos aquí víctimas del enemigo y expuestos a sus violencias, a las represalias que seguirían indudablemente a una derrota? ¿Lo prefiere usted a doblegarse a una liberalidad muchas veces por usted consentida?
Para el día siguiente, manda a decir Bola de Sebo que no la esperen, que se halla indispuesta. Esto hace creer a todos que finalmente se decidió a entregarse al prusiano. Y tal cosa ocurriría.
Al día siguiente, todos se disponen para continuar el viaje. Son libres. Rousset fue la última en llegar. Saludó. Todos parecían violentados y despreciativos a la vez, como si la moza llevara una infección purulenta que pudiera comunicárseles. La señora Loiseau se atrevió a decir: menos mal que no estoy a su lado.
Durante el camino, todos sacaron los alimentos que previamente habían preparado. Todos comían sin importarles que Bola de Sebo, que no tuvo tiempo de preparar comida, se resignaba a verlos comer con apetito. Rousset lloró. No pudo menos de recordar su hermosa cesta de provisiones devoradas por aquellas gentes; los dos pollos bañados en su propia gelatina, los pasteles y la fruta, y las cuatro botellas de Burdeos. La señora Loiseau dijo: Se avergüenza y llora.
Avanzaba mucho la diligencia sobre la nieve ya endurecida. El demócrata canturreaba La Marsellesa. Mientras tanto la moza lloraba sin cesar; a veces, un sollozo, que no podía contener, mezclábase con las notas del himno entre las tinieblas de la noche.

Resumen de Marianela

Resumen de  Marianela, de Benito Pérez Galdós. Marianela es una niña de dieciséis años que vive en condiciones infrahumanas en la provincia de Socartes, región carbonífera del norte de España. Desde hace muchos años es huérfana: su padre murió de una grave enfermedad y su madre decidió suicidarse después de haber perdido el empleo en la mina. Marianela nunca ha contado con el cariño de la gente del pueblo, ni siquiera con el de la familia Centeno, en cuya casa vive como un animal.
La única compañía que posee, desde hace un año, es un amigo llamado Pablo Penáguilas, ciego de nacimiento, hijo de la mejor y más adinerada familia del pueblo. El padre de Pablo, don Francisco Penáguilas, siempre ha querido darle lo mejor a su hijo. Por ello convence al ingeniero de la mina, Carlos Golfín, para que llame a su hermano Teodoro, reconocido oftalmólogo. Este operará a Pablo y así le dará la oportunidad de ver el mundo real.
La amistad entre Pablo y Marianela es cada día mejor. Pasan la mayor parte del tiempo juntos, aunque don Francisco se opone. Pero Pablo ya piensa en ella como su compañera ideal: aunque no puede verla, promete casarse con Marianela por considerarla la persona más bella del mundo, tanto física como espiritualmente. El conoce la situación inhumana en que vive la Nela, como la llaman despectivamente en el pueblo, y desea recompensarle todos los sufrimientos que ha padecido y la ayuda que ella le ha prestado. Es Marianela la encargada de guiarlo todo el día por entre lodazales, galerías y túneles, lo cual aprovecha para describirle el mundo material.
Finalmente el señor Teodoro llega a visitar a su hermano y a su cuñada Sofía. En su travesía desde Villamojada a Socartes se pierde. Se encuentra con Pablo, y se entera que es el muchacho que debe operar, quien lo guía por algún tramo para luego dejarlo en manos de Marianela. Así comienza a darse cuenta de la relación entre el ciego y la muchacha. Teodoro conversa con ella.
Aguarda, hija, no vayas tan a prisa ─dijo Golfín deteniéndose─, déjame encender un cigarrillo... A ver, enséñame tu cara... ¿Qué edad tienes tú? ─preguntó Golfín sacudiendo los dedos para arrojar el fósforo, que empezaba a quemarle.
Dicen que tengo dieciséis años ─replicó la Nela examinando a su vez al doctor.
¡Dieciséis años! Atrasadilla estás, hija. Tu cuerpo es de doce a lo sumo.
¡Madre de Dios! Si dicen que yo soy como un fenómeno ─manifestó ella con tono de lástima de sí misma.
¡Un fenómeno! ─repitió Golfín poniendo su mano sobre los cabellos de la chica─. Podrás ser. Vamos, guíame.
Teodoro se inclinó para mirarle el rostro. Este era delgado, muy pecoso, todo salpicado de menudas manchitas parduscas. Tenía pequeña la frente, picudilla y no falta de gracia la nariz, negros y vividores los ojos; pero comúnmente brillaba en ellos una luz de tristeza. Su cabello dorado oscuro había perdido el hermoso color nativo por la incuria y su continua exposición al aire, al sol y al polvo. Sus labios apenas se veían de puro chicos, y siempre estaban sonriendo; pero aquella sonrisa era semejante a la imperceptible de algunos muertos cuando han dejado de vivir pensando en el cielo.
Golfín, mientras caminan, continúa charlando con Marianela; y ella le dice continuamente que no sirve para nada. Son frases de ella: No, señor, yo no trabajo. Dicen que yo no sirvo, ni puedo servir para nada... Si no puedo trabajar. En cuanto cargo un peso pequeño me caigo al suelo. Si me pongo a hacer una cosa difícil enseguida me desmayo... si yo no sirvo más que de estorbo... Si yo no sirvo para nada.
Los hermanos Golfín y Sofía disfrutan de su encuentro: pasean por las minas conociendo el paisaje y recordando el esfuerzo que tuvieron que hacer para alcanzar la posición en que se encuentran. Luego se dirigen a la casa del señor Penáguilas para ultimar los datos de la operación. Teodoro comunica a don Francisco que ve muchas posibilidades de éxito, aunque no le asegura nada.
Pablo está muy contento, pues por fin podrá ver el rostro de su amada. Por el contrario, ella sufre profundamente al pensar que Pablo se dará cuenta de lo fea que es. Marianela sí desea la curación de Pablo, pero como ella ha sido aislada por todos, se cree inútil y piensa que su única labor es la de guiar al ciego.
Don Manuel, hermano de don Francisco, promete que si Pablo se recupera, lo casará con su hija Florentina, hermosa muchacha de nobles ideales. Con dicha unión está de acuerdo la familia de Pablo, ya que de esta forma conservarán el status social y se le impedirá al muchacho que se relacione con gente de la clase baja. La propuesta se convierte en un hecho real: Manuel y Florentina viajan a Socartes para llegar antes de la operación de Pablo. Desde el principio la Nela no comparte la visita de los Penáguilas, y menos puede aceptar la presencia de Florentina, a pesar de los buenos propósitos de ésta de convertirla en una muchacha de igual condición social que ella. Además, Florentina ha prometido a la Virgen María dicho acto misericordioso si le da a su primo el sentido de la vista. Pablo reconoce esas virtudes de su prima Florentina y comienza a interesarse en ella.
Llega el momento de la operación. La Nela no quiere saber nada que se relacione con los de la Aldeacorba de Suso, casa de Pablo, se esconde y no vuelve a acercarse por allí. Su actitud es irrevocable: o se va con el niño de los Centenos a la ciudad, o se va con su mamá, es decir, se suicida en el abismo de la Trascava. Después de reflexionar entre estas dos posibilidades, rechaza la propuesta de su amigo Celipín y se dirige a la gruta donde quiere matarse. Por fortuna el perro de Pablo, Choto, da aviso a Teodoro, quien alcanza a la niña y la disuade de su locura, y después de un diálogo muy paternal, el médico la obliga a ir a visitar a Pablo. La Nela se opone inicialmente, pero al final se deja convencer, pues Teodoro le ofrece la posibilidad de que ella se vaya con él como si fuera su hija.
Al llegar a la casa de los Penáguilas, Florentina se sorprende por tan agradable visita: su sorpresa se debe a que la Nela no había visitado la casa desde que Pablo había recuperado la vista. Cuando Teodoro le pregunta a Marianela con quién desea quedarse, con él o con Florentina y su primo, ella posa sus ojos en el médico, impidiendo así que Florentina pueda cumplir su promesa: cuidar y educar a una miserable. Estando en esta discusión entra repentinamente Pablo y se dirige al lugar donde están reunidos; pero Florentina, notando su presencia, le sale al paso y le entabla una conversación en la que el muchacho le expresa sus sentimientos. Marianela, que está oculta en la sala junto a Teodoro, escucha la conversación. El dolor y el desespero se apoderan de su alma. Teodoro, abruptamente, interrumpe el diálogo entre los primos. Pablo aprovecha el momento y entra en la sala y ve a una cadavérica muchacha. Piensa que es la pordiosera que su prima había prometido recoger, pero pronto se entera que es la Nela.
¡Ah! ─dijo Pablo─, mi tío me dijo que Florentina había recogido una pobre... ¡Qué admirable!... Y tú, infeliz muchacha, alégrate, has caído en manos de un ángel... ¿Estás enferma? En mi casa no te faltará nada... Mi prima es la imagen más hermosa de Dios... Esta pobrecita está muy mala, ¿no es verdad doctor?
Pablo alargó una mano hasta tocar aquella cabeza, que le parecía la expresión más triste de la miseria y de la desgracia humana. Entonces la Nela movió los ojos y los fijó en su amo. Pablo se creyó mirado desde el fondo de un sepulcro; tanta era la tristeza y el dolor que en aquella mirada había. Después la Nela sacó de entre las mantas una mano flaca, tostada y áspera y tomó la mano del señorito de Penáguilas, quien, al sentir su contacto, se estremeció de pies a cabeza, y lanzó un grito en que toda su alma gritaba.
Con voz temblorosa, que en todos produjo trágica emoción, Marianela dijo: Sí, señorito mío, yo soy la Nela.
Lentamente, y como si moviera un objeto de mucho peso, llevó a sus secos labios la mano del señorito y le dio un beso... después un segundo beso... y al dar el tercero, sus labios resbalaron inertes sobre la piel del mancebo.
El doctor trata de rescatar a la moribunda Nela, pero sus intentos son inútiles. Ella sólo se recupera a medias para unir las manos de los novios: La enferma alargó entonces sus manos, tomó la de Florentina y la puso sobre su pecho; tomó después la de Pablo y la puso también sobre su pecho. Después las apretó allí desarrollando un poco de fuerza.
En compensación por la promesa que había hecho, Florentina brinda el mejor de los entierros al cuerpo de la huérfana, y el nombre real de Marianela (María Manuela Téllez) es alabado por todos.

Resumen de Oliverio Twist

˜ Resumen de  Oliverio Twist, de Charles Dickens. Corría uno de los años de mil ochocientos... en el que el invierno se estaba mostrando particularmente frío en aquella pequeña localidad inglesa.
La enfermera, señora Thingumy, se estaba preparando un pequeño brasero para soportar mejor aquella noche de guardia en el asilo donde prestaba sus servicios, cuando, de pronto oyó que la aldaba de la puerta sonaba insistentemente.
Cuando la señora Thingumy abrió la puerta se encontró con el cuerpo desmayado de una joven. Estaba a punto de dar a luz. Nace el niño y es llamado Oliverio Twist. La madre muere. Thingumy, mientras acunaba a Oliverio, tomó un saquito que colgaba del niño y se lo guardó en el bolsillo del delantal. Años después, delgado por la escasa alimentación, Oliverio es enviado a una sucursal del asilo, donde tampoco mejoró su estado. No sólo le faltó alimento, también le faltó cariño y el calor familiar. Además, fue allí muy maltratado. Dice el niño: ¡Estoy solo en el mundo! ¡Nadie se preocupa de mí! ¡Si muriera, nadie lloraría por mi desaparición! 
 A los nueve años, como es costumbre, debe trabajar para ganarse el alimento. Vuelve al asilo central, y ahí se dedica a recoger leña. Su condición no mejoró. Continuaron los maltratos. Por las noches, tendido en su Jergón, lloraba amargamente y se preguntaba por qué él, precisamente él, no tenía una casa, una familia, una madre que le acariciase tiernamente.
A sus doce años, el señor Gamfield, un deshollinador, intentó llevarse como aprendiz a Oliverio. Así lo deseaba Bumble, el bedel del asilo. Gamfield dice: ¡Eres tan delgaducho que podrás perfectamente subir por los tubos de las chimeneas atado con una cuerda! Pero Oliverio no acepta. Así que, dada la urgencia que hay de disminuir los internos en el asilo, es llevado por el señor Sowerberry, quien se dedicaba a hacer ataúdes. En el taller de Sowerberry recibía órdenes de Noé Claypole, quien lo regañaba constantemente. Tampoco los señores lo trataban bien. Para la señora Sowerberry era un mal negocio. Unicamente Carlota, la criada, le dedicaba de vez en cuando unas palabras de consuelo.
Cierto día, Claypole ofendió a la madre de Oliverio. Este, preso de una furia incontenible, lo golpeó repetidamente. Es encerrado sin comer. Por la noche se escapa hacia Londres.
Camino a Londres, el cansancio y el hambre lo vencen. Allí lo despierta un muchacho de su misma edad. Es Santiago Dawkins, con quien continúa la marcha luego de comer algo que él le da. El truhán, que así es llamado Santiago, lleva a Oliverio a la casa de Fagín, un delincuente. Para éste trabaja Santiago. A él le entrega lo que ha robado.
A Oliverio le enseñan a robar. En su primera salida con el truhán y Carlos Bates, otro de los delincuentes, ambos asaltan a un señor y huyen. Asustado por lo que ha visto, Oliverio también corre; pero con tan mala fortuna que es golpeado y atrapado por un guardia.
Pero el señor Brownlow, el asaltado, no lo condena. Por el contrario, desmayado, lo lleva a su casa. Lo viste y alimenta, y manifiesta su deseo de adoptarlo. Oliverio vive aquí una vida llena de felicidad. Pero le advierten a Brownlow que el muchacho lo defraudará, y que es mejor que no lo tome. Para probar que Oliverio es honrado, lo envía a pagar una cuenta. En el trayecto es atrapado por Guillermo Sikes que lo lleva junto a Fagín. Pero Oliverio se niega a trabajar como ladrón. Luego pasará a depender de Guillermo Sikes. Este lo lleva a robar en una casa, y allí recibe un disparo. Inconsciente, es abandonado por Guillermo y su compinche. Tiene Oliverio doce años.
Por otra parte, la señora Thingumy, en su lecho de muerte le proporciona a la señora Corney, la comadrona del asilo, cierta información relacionada con Oliverio. Le suplica que examine las pruebas.
Mientras tanto, Oliverio, ya consciente, busca la casa a la que fue obligado a robar. Allí es bien recibido. Narra su historia a sus ocupantes: la señora Maylie y Rosa. Tiene aquí la oportunidad de estudiar, y lo hace con ahínco. Pero Fagín continúa acechándolo.
También Monks, otro delincuente, persigue a Oliverio. Contacta con la señora Corney y la obliga a que le entregue el saquito que la señora Thingumy le quitó a Oliverio al morir su madre. En el saquito había un medallón y una sortija con una fecha y nombre grabados. Monks los arroja a un caudaloso torrente. Luego dice Monks: Esto no ha de saberlo nadie. ¿Me entienden? ¡Nadie! ¡Ay de ustedes si algún día revelan lo que aquí ha sucedido!
Pero Anita, una muchacha que convive con los delincuentes, escucha la conversación entre Monks y Fagín. Luego parte en busca de la señora Maylie. Anita es recibida por Rosa, a quien le cuenta lo que escuchó decir a Monks. Ella le dice: En una conversación que yo sorprendí, Monks le decía a Fagín que finalmente consiguió hacer desaparecer las únicas pruebas que podían acreditar la verdadera procedencia de Oliverio. Se trataba de un medallón y de una sortija con una fecha y un nombre de mujer: Inés. Anita también le dice a Rosa que los delincuentes ya conocen el paradero de Oliverio y que lo buscarán.
Para fortuna de Oliverio, aparece el señor Brownlow, quien lo toma nuevamente. Rosa le cuenta lo ocurrido y lo narrado por Anita.
Anita se reúne con Brownlow y rosa, de lo cual se entera Fagín. Este se lo cuenta a Guillermo, quien termina matando a la muchacha, arrepintiéndose con lágrimas después. Huye.
Brownlow encuentra a Monks, a quien llama por su verdadero nombre: Eduardo Leedfor. Lo lleva a su biblioteca y ahí le dice: Su padre conoció a una bella joven llamada Inés, pero la abandonó cuando supo que ésta iba a tener un hijo. Más tarde, se arrepintió de su comportamiento y antes de morir redactó un testamento muy particular. Quería que se buscase a aquella joven, que su fortuna pasase por partes iguales a los dos hijos que había tenido: usted y ese desdichado de Oliverio Twist. Pero su padre falleció, la madre de usted, Eduardo Leedfor, celosa por ese testamento que no le dejaba como único heredero, lo destruyó.
Monks confiesa que ha perseguido a Oliverio y que se ha interesado en que se vuelva un delincuente, por si alguna vez reclama la herencia. Le dice Brownlow que su padre le envió una copia del testamento, y le rogó que tratara de encontrar a Inés. Agrega que sabía que el testamento  aclaraba  que Oliverio sólo entraría en posesión de la mitad de su fortuna si llegaba a la mayoría de edad observando buena conducta. Esto explica el interés de Monks en volver al muchacho un delincuente. Brownlow lo obliga a compartir la fortuna.
Mientras tanto, Fagín es condenado a la horca. Guillermo Sikes se ahoga en un pantano mientras intenta escapar de la justicia.
Descubre también Brownlow que Rosa era hermana de la madre de Oliverio: es su tía. En cuanto a Bumble y Corney, ambos del asilo, que se han casado, son obligados a renunciar. Oliverio recorre, junto a Brownlow, el asilo en el que transcurrieron sus primeros años. Le pesa ver que los niños siguen en las mismas condiciones. Pensando en que cuando sea mayor dispondrá de mucho dinero, le dice a Brownlow: cuando llegue ese momento quiero que usted me ayude a dedicar mi fortuna a aliviar la triste suerte de esos huérfanos. No quiero que nadie más sea tan desgraciado como yo lo fui antes de encontrarlo a usted, a la señora Maylie y a rosa. ¿Me lo promete?
Rosa y Enrique Maylie se casan. Carlos Bates y el truhán consiguen trabajo en una granja, y se prometen no volver a robar.

Resumen de Papá Goriot

Resumen de Papá Goriot, de Honorato de Balzac. Papá Goriot es el protagonista de la novela. Goriot es el prototipo del hombre bueno, del padre amante, del ser desinteresado. Este hombre, perteneciente a la burguesía francesa, es un ex fabricante de harinas y pastas de sopa. Papá Goriot tiene dos hijas: Anastasia y Delfina. Todo le parece poco al bueno de Goriot para estas dos muchachas. Goriot les brinda mimos sin cesar a estas dos señoritas; además de una educación con el refinamiento máximo, propia de la alta sociedad. Todo esto es proporcionado por este hombre a sus hijas.
Naturalmente, impropio de su clase, el gran refinamiento con que son educadas las dos muchachas las hace destacar entre las de su ambiente. Al fin, enterado el bueno de Goriot de que sus hijas mantienen relaciones amorosas con dos caballeros: el conde de Restaud y el banquero Nucingen, les hace donación de toda su fortuna para que puedan llevar a buen término su anhelada boda. Papá Goriot se siente feliz al ver el desenlace de aquellas relaciones, y al poder comprobar cómo sus hijas pueden alcanzar la felicidad que tanto soñó para ellas.
Sin embargo, las hijas, una vez conseguida su alta posición social por medio del matrimonio, se avergüenzan de su padre. Es el pobre Goriot tan infeliz, tan ordinario y, sobre todo, tan pobre, pues ya nada puede darles, que concluyen olvidándose de él tras un velo de desprecio y de indiferencia.
El infeliz Goriot, olvidado por sus ingratas hijas, mirado por encima del hombro por los maridos de éstas, sumido en la más profunda miseria, hospedado en una pobre casa de huéspedes, la de la señora Vauquer, se ve obligado a desprenderse de lo poco que le quedaba a fin de poder seguir viviendo. De tal manera, y poco a poco, vende los muebles de su antigua casa. Al fin, hasta los cubiertos se ve obligado a mal vender: los únicos recuerdos que le quedaban de su esplendoroso pasado.
Con la modesta suma de dinero que le proporciona cada uno de los objetos que ha vendido, el pobre Goriot encuentra compensación a su miseria hundiéndose en sus recuerdos. Recuerda cómo sus hijas, en un baile o en un teatro, habían disfrutado de momentos maravillosos en su vida.
Con esto, papá Goriot camina lentamente hacia la muerte, aniquilado, no obstante, por la pena. Sólo al final comprende que aquél es el resultado de sus errores, de sus grandes errores, pues les dio a sus hijas lo que jamás habían merecido.
En su agonía, solo, desconsolado, no tiene ni la compañía de aquéllas a quienes todo se los dio. En aquel momento comprende el alcance de sus actos. El momento de la muerte de papá Goriot es algo tan trágico, tan absorbente, con el recuerdo de aquellas dos hijas que lo fueron todo para él y que en aquellos momentos no le prestan ni su presencia, que llena por completo la novela.