Resumen de Marianela, de Benito Pérez Galdós. Marianela es una niña de dieciséis años que vive en condiciones infrahumanas en la provincia de Socartes, región carbonífera del norte de España. Desde hace muchos años es huérfana: su padre murió de una grave enfermedad y su madre decidió suicidarse después de haber perdido el empleo en la mina. Marianela nunca ha contado con el cariño de la gente del pueblo, ni siquiera con el de la familia Centeno, en cuya casa vive como un animal.
La única compañía que posee, desde hace un año, es un amigo llamado Pablo Penáguilas, ciego de nacimiento, hijo de la mejor y más adinerada familia del pueblo. El padre de Pablo, don Francisco Penáguilas, siempre ha querido darle lo mejor a su hijo. Por ello convence al ingeniero de la mina, Carlos Golfín, para que llame a su hermano Teodoro, reconocido oftalmólogo. Este operará a Pablo y así le dará la oportunidad de ver el mundo real.
La amistad entre Pablo y Marianela es cada día mejor. Pasan la mayor parte del tiempo juntos, aunque don Francisco se opone. Pero Pablo ya piensa en ella como su compañera ideal: aunque no puede verla, promete casarse con Marianela por considerarla la persona más bella del mundo, tanto física como espiritualmente. El conoce la situación inhumana en que vive la Nela, como la llaman despectivamente en el pueblo, y desea recompensarle todos los sufrimientos que ha padecido y la ayuda que ella le ha prestado. Es Marianela la encargada de guiarlo todo el día por entre lodazales, galerías y túneles, lo cual aprovecha para describirle el mundo material.
Finalmente el señor Teodoro llega a visitar a su hermano y a su cuñada Sofía. En su travesía desde Villamojada a Socartes se pierde. Se encuentra con Pablo, y se entera que es el muchacho que debe operar, quien lo guía por algún tramo para luego dejarlo en manos de Marianela. Así comienza a darse cuenta de la relación entre el ciego y la muchacha. Teodoro conversa con ella.
▬ Aguarda, hija, no vayas tan a prisa ─dijo Golfín deteniéndose─, déjame encender un cigarrillo... A ver, enséñame tu cara... ¿Qué edad tienes tú? ─preguntó Golfín sacudiendo los dedos para arrojar el fósforo, que empezaba a quemarle.
▬ Dicen que tengo dieciséis años ─replicó la Nela examinando a su vez al doctor.
▬ ¡Dieciséis años! Atrasadilla estás, hija. Tu cuerpo es de doce a lo sumo.
▬ ¡Madre de Dios! Si dicen que yo soy como un fenómeno ─manifestó ella con tono de lástima de sí misma.
▬ ¡Un fenómeno! ─repitió Golfín poniendo su mano sobre los cabellos de la chica─. Podrás ser. Vamos, guíame.
Teodoro se inclinó para mirarle el rostro. Este era delgado, muy pecoso, todo salpicado de menudas manchitas parduscas. Tenía pequeña la frente, picudilla y no falta de gracia la nariz, negros y vividores los ojos; pero comúnmente brillaba en ellos una luz de tristeza. Su cabello dorado oscuro había perdido el hermoso color nativo por la incuria y su continua exposición al aire, al sol y al polvo. Sus labios apenas se veían de puro chicos, y siempre estaban sonriendo; pero aquella sonrisa era semejante a la imperceptible de algunos muertos cuando han dejado de vivir pensando en el cielo.
Golfín, mientras caminan, continúa charlando con Marianela; y ella le dice continuamente que no sirve para nada. Son frases de ella: No, señor, yo no trabajo. Dicen que yo no sirvo, ni puedo servir para nada... Si no puedo trabajar. En cuanto cargo un peso pequeño me caigo al suelo. Si me pongo a hacer una cosa difícil enseguida me desmayo... si yo no sirvo más que de estorbo... Si yo no sirvo para nada.
Los hermanos Golfín y Sofía disfrutan de su encuentro: pasean por las minas conociendo el paisaje y recordando el esfuerzo que tuvieron que hacer para alcanzar la posición en que se encuentran. Luego se dirigen a la casa del señor Penáguilas para ultimar los datos de la operación. Teodoro comunica a don Francisco que ve muchas posibilidades de éxito, aunque no le asegura nada.
Pablo está muy contento, pues por fin podrá ver el rostro de su amada. Por el contrario, ella sufre profundamente al pensar que Pablo se dará cuenta de lo fea que es. Marianela sí desea la curación de Pablo, pero como ella ha sido aislada por todos, se cree inútil y piensa que su única labor es la de guiar al ciego.
Don Manuel, hermano de don Francisco, promete que si Pablo se recupera, lo casará con su hija Florentina, hermosa muchacha de nobles ideales. Con dicha unión está de acuerdo la familia de Pablo, ya que de esta forma conservarán el status social y se le impedirá al muchacho que se relacione con gente de la clase baja. La propuesta se convierte en un hecho real: Manuel y Florentina viajan a Socartes para llegar antes de la operación de Pablo. Desde el principio la Nela no comparte la visita de los Penáguilas, y menos puede aceptar la presencia de Florentina, a pesar de los buenos propósitos de ésta de convertirla en una muchacha de igual condición social que ella. Además, Florentina ha prometido a la Virgen María dicho acto misericordioso si le da a su primo el sentido de la vista. Pablo reconoce esas virtudes de su prima Florentina y comienza a interesarse en ella.
Llega el momento de la operación. La Nela no quiere saber nada que se relacione con los de la Aldeacorba de Suso, casa de Pablo, se esconde y no vuelve a acercarse por allí. Su actitud es irrevocable: o se va con el niño de los Centenos a la ciudad, o se va con su mamá, es decir, se suicida en el abismo de la Trascava. Después de reflexionar entre estas dos posibilidades, rechaza la propuesta de su amigo Celipín y se dirige a la gruta donde quiere matarse. Por fortuna el perro de Pablo, Choto, da aviso a Teodoro, quien alcanza a la niña y la disuade de su locura, y después de un diálogo muy paternal, el médico la obliga a ir a visitar a Pablo. La Nela se opone inicialmente, pero al final se deja convencer, pues Teodoro le ofrece la posibilidad de que ella se vaya con él como si fuera su hija.
Al llegar a la casa de los Penáguilas, Florentina se sorprende por tan agradable visita: su sorpresa se debe a que la Nela no había visitado la casa desde que Pablo había recuperado la vista. Cuando Teodoro le pregunta a Marianela con quién desea quedarse, con él o con Florentina y su primo, ella posa sus ojos en el médico, impidiendo así que Florentina pueda cumplir su promesa: cuidar y educar a una miserable. Estando en esta discusión entra repentinamente Pablo y se dirige al lugar donde están reunidos; pero Florentina, notando su presencia, le sale al paso y le entabla una conversación en la que el muchacho le expresa sus sentimientos. Marianela, que está oculta en la sala junto a Teodoro, escucha la conversación. El dolor y el desespero se apoderan de su alma. Teodoro, abruptamente, interrumpe el diálogo entre los primos. Pablo aprovecha el momento y entra en la sala y ve a una cadavérica muchacha. Piensa que es la pordiosera que su prima había prometido recoger, pero pronto se entera que es la Nela.
▬ ¡Ah! ─dijo Pablo─, mi tío me dijo que Florentina había recogido una pobre... ¡Qué admirable!... Y tú, infeliz muchacha, alégrate, has caído en manos de un ángel... ¿Estás enferma? En mi casa no te faltará nada... Mi prima es la imagen más hermosa de Dios... Esta pobrecita está muy mala, ¿no es verdad doctor?
Pablo alargó una mano hasta tocar aquella cabeza, que le parecía la expresión más triste de la miseria y de la desgracia humana. Entonces la Nela movió los ojos y los fijó en su amo. Pablo se creyó mirado desde el fondo de un sepulcro; tanta era la tristeza y el dolor que en aquella mirada había. Después la Nela sacó de entre las mantas una mano flaca, tostada y áspera y tomó la mano del señorito de Penáguilas, quien, al sentir su contacto, se estremeció de pies a cabeza, y lanzó un grito en que toda su alma gritaba.
Con voz temblorosa, que en todos produjo trágica emoción, Marianela dijo: Sí, señorito mío, yo soy la Nela.
Lentamente, y como si moviera un objeto de mucho peso, llevó a sus secos labios la mano del señorito y le dio un beso... después un segundo beso... y al dar el tercero, sus labios resbalaron inertes sobre la piel del mancebo.
El doctor trata de rescatar a la moribunda Nela, pero sus intentos son inútiles. Ella sólo se recupera a medias para unir las manos de los novios: La enferma alargó entonces sus manos, tomó la de Florentina y la puso sobre su pecho; tomó después la de Pablo y la puso también sobre su pecho. Después las apretó allí desarrollando un poco de fuerza.
En compensación por la promesa que había hecho, Florentina brinda el mejor de los entierros al cuerpo de la huérfana, y el nombre real de Marianela (María Manuela Téllez) es alabado por todos.